martes, 15 de febrero de 2011

UN POCO DE TRADICIÓN "VALENTINA"




Un nuevo año la sociedad española celebra San Valentín. Lo recuerdan los anuncios televisivos, las campañas mercantiles y los medios de comunicación. Y, aunque haya quien ataque esta festividad como una oda interplanetaria a la insolidaridad, siempre me ha gustado el día de San Valentín, porque lo comercial no es incompatible con lo espiritual si el corazón está anclado en el bien. Porque no hay mayor bondad que el amor. Aunque apena que los ritos se cumplan ignorando su significado, y no escasean ejemplos en España de cómo se vacían de contenido tradiciones cristianas para dejarlas en una huera máscara de vulgaridad. Los Difuntos metamorfoseados en la horterada calabacera de Halloween, Don Carnal sin Doña Cuaresma, los Reyes Magos acosados por un icono cocacolero de pijama rojo, Navidad bautizada 'fiesta de fin' en tarjetas New Age con muñecos de nieve (¿Muñecos? ¡Chucky, vuelve!), papanoeles sonrientes, renos anoréxicos, arbolitos ecologistas y estrellitas celestiales.
Y, despojado de romántico humanismo, San Valentín se queda en un uso social de comprar regalos sin corazón y cenas sin razón. Por el contrario, el simbolismo cristiano de San Valentín exige que el amor de esa jornada perdure eternamente para los novios y esposos, invocando su protección como patrón de los enamorados hasta en los pequeños detalles como una carta de amor. De modo que, más por humanista romanticismo que por fe, recupero en estas líneas la tradición de San Valentín por si hay quien, agnóstico o creyente, quiera saber el origen, historia y poesía, que hay y mucha, de este día de los enamorados. Porque no se puede amar lo que no se conoce.
Como sabrá el lector, muchas de las festividades litúrgicas son ceremonias paganas cristianizadas. Y la costumbre de San Valentín no es ajena a esta norma. Así, el siglo V a.C. ya conocía Roma al menos tres fechas que serían reconvertidas a la fe católica por San Valentín: Februata Juno, Lupercus y Lupercalia (de lupus, lobo en latín). Februata Juno marcaba en Roma el inicio de la Primavera, con la limpieza de los hogares preparándolos para la actividad sexual, preludio de la fecundidad; los ritos bajo la advocación del dios menor Lupercus eran un sorteo en una urna con nombres de muchachas adolescentes escogidas al azar por los hombres, de modo que por un año cada joven tuviera una amante (¡aunque no creo que de ahí brote la expresión 'bailar con la más fea'!); y Lupercalia evocaba a la loba romana que amamantó a Rómulo y Remo, con el sacrificio de animales en honor de Lupercus, víctimas despellejadas para usar las tiras de la piel para flagelarse quienes se creían estériles buscando la fertilidad.
Estos distintos tipos de exaltación colectiva de la sexualidad fueron sublimados como elogio del enamoramiento tras la canonización de San Valentín por el Martirologio Romano. Declaración de santidad referida a dos mártires distintos, uno obispo y otro militar, el segundo definido por el Papa Gelasio el año 494 como patrón de los enamorados. Vidas, obras y martirios de ambos Valentín que fueron un modelo de amor. Por amor el obispo Valentín desobedeció las órdenes del emperador Claudio II que prohibió los esponsales de sus soldados, y fue condenado a muerte por bendecir los matrimonios de los militares que se lo pedían. A su vez, el centurión Valentín fue condenado a muerte por el poco varonil Claudio II, porque aquél se negó a sacrificar animales a los dioses paganos del Imperio; fue encarcelado y en prisión (narran las crónicas de su martirio) se enamoró de la bellísima hija ciega del carcelero; ella le correspondió, por amor se convirtió a la fe cristiana y la pareja de novios se casó con la bendición del obispo Valentín también condenado a muerte por su fe; historia que concluye con un todavía más romántico final cuando antes de la muerte por decapitación del legionario San Valentín el 14 de febrero del año 270, un milagro devolvió la vista de su amada esposa, quien así pudo leer la carta en la que el santo militar y marido se despedía de ella firmando «tu Valentino».
La leyenda de esta tierna despedida eterna de San Valentín a su esposa se popularizó a mediados del siglo XIII gracias a los versos de los trovadores franceses e ingleses, autores del gesto de enviar cada catorce de febrero una carta de cortejo a la mujer amada.
Esta costumbre se generalizó en Europa durante el siglo XVIII, y pasó a Estados Unidos en el XIX quien hoy, paradojas de la historia, en cine y publicidad nos presenta como made in USA lo que nunca dejó de ser europeo y cristiano: la fiesta de San Valentín. Y que los ibéricos desnudan de su simbolismo de heroicidad, amor y sacrificio metamorfoseándola en, simplemente, un día de buen rollito de pareja. Una pena, porque caso de haber rollitos, que sean de calabazas a tanta vulgaridad laicista empeñada en destruir para los amantes una tradición tan hermosa y sabia como cristiana: el amor eterno del santo y militar Valentín a su esposa, espejo del amor eterno de cualquier matrimonio que se ama.

ALBERTO GATÓN LASHERAS

http://www.eldiariomontanes.es/20110214/opinion/articulos/valentin-tradicion-cristiana-20110214.html



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