Compartiendo vida... "Me quiere, no me quiere, me quiere..."
El azar no marca los "amores" de nuestra vida, las personas llegan a nosotros de infinitas maneras, la mayoría de ellas sin proponérnoslo.
Algunas pasan a nuestro lado sin que nos alteremos, otras llegan con fuerza traspasando nuestro interior y llegando a eso que llamamos "corazón".
A veces pretendemos "jugar" con el destino forzando situaciones que no son propias del amor, porque el amor nunca se puede forzar, es algo que surge espontáneamente.
Es posible que, cuando queremos a alguien, nos cuestionemos sobre si esa persona "nos quiere o no nos quiere"... La vida va dando esa respuesta con miles de momentos que surgen en los que esos pétalos nos hablan abiertamente susurrándonos al oído:"te quiero".
Cuando alguien me escucha, me "aguanta", me habla con franqueza, me confía su interior, cuenta conmigo, se fía de mi, me alienta para no caer, me ayuda a levantarme, me valora, me recuerda... la margarita me dice pétalo a pétalo "me quiere, me quiere, me quiere..."
Si llenáramos el mundo de "margaritas de amor verdadero" es claro que... sería un lugar mejor.
Te quiero, te quiero, te quiero...
Para el día del amor, en la Fiesta de San Valentín (14 febrero)
Artículo del sacerdote y teólogo José-Román Flecha Andrés en “Diario de León” (11-2-2012)
“Gran cosa es el amor y sobremanera grande: él sólo hace ligero todo lo pesado y lleva con igualdad todo lo desigual; pues sostiene sin fatiga la carga y hace dulce y sabroso todo lo amargo…El amor quiere estar en lo más alto, y no ser detenido por ninguna cosa baja”.
Leer estas frases, en un mundo marcado por la prisa y la frivolidad, nos vuelve a elevar a las alturas del pensamiento y a sumergir en las honduras de la verdad más sabrosa y fecunda. Frente a las crisis y a los miedos, bueno es volver a recordar el encanto del amor y la grandeza de sus promesas.
“El amor no tiene medida, porque arde sobre toda medida. El amor no siente la carga, ni hace caso de los trabajos; desea más de lo que puede; no se queja si le mandan lo imposible, pues cree que todo lo puede y le conviene. Es bueno para todo y muchas cosas ejecuta y pone por obra, en las cuales el que no es verdadero amador desfallece y cae”.
La desesperanza se llama hoy simplemente desaliento. O tal vez se conozca como “stress” y depresión. No son muchos los que descubren que detrás de su cansancio vital lo que se oculta es una grave enfermedad del amor. O una modorra ya crónica que los paraliza.
Y, sin embargo “el amor siempre vela y durmiendo no se adormece. Fatigado no se cansa; angustiado no se angustia; espantado no se espanta, sino como viva llama y ardiente luz sube a lo alto y se remonta con seguridad”.
Seguramente no será fácil llegar a descubrir en nosotros mismos esa fuerza vigilante que todo lo cree y todo lo espera. Pero, de todas formas, habría que intentar descender al fondo de nuestro corazón para rescatar estas fuerzas tal vez olvidadas. Y para descubrir las energías inmensas que nos pondrían en pie.
“El amor es diligente, sincero, piadoso, alegre y deleitable; fuerte, sufrido, fiel, prudente, magnánimo, varonil, y no se busca nunca a sí mismo, pues cuando alguno se busca a sí mismo, cae luego del amor. El amor es circunspecto, humilde y recto; no es regalón ni liviano, ni se aplica a cosas vanas; es sobrio, casto, firme, quieto y recatado en todos los sentidos”.
¿Y a qué viene todo esto? Hay quienes se aprovechan del “Día de los enamorados”. Otros se escandalizan de su agresiva comercialización. Algunos se preguntan qué cuenta el bueno del obispo San Valentín en este mercado. Pero todo es gracia. Todo puede ser gracia. Si la fiesta del amor nos llevara a releer este capítulo de la Imitación de Cristo no habríamos perdido el tiempo.
Ni perderíamos la brújula, al recordar que el verdadero amor nace siempre de una llamada divina. Porque “no hay cosa más dulce que el amor; nada más fuerte; nada más elevado; nada más extenso; nada más alegre; nada más lleno ni mejor en el cielo ni en la tierra: porque el amor nació de Dios y no puede aquietarse con todo lo creado, sino con el mismo Dios”. Recordarlo por un momento es ya un anticipo de la fiesta.
José-Román Flecha Andrés
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